Me he pasado la vida cayéndome y levantándome, tropezándome con piedras, chocando con paredes, resbalándome con las malas decisiones, ignorando las malas lenguas que han intentado perjudicarme. Le he dado valor a cosas visibles solo para mí, haciendo así un altar para ellas en la cima más elevada de mi corazón. También soy amante de esos recuerdos de los que nadie se acuerda, estos están en una esquinita de mi mente y les protejo de cada guerra que a querido que queden en el olvido. Me ha invadido la negatividad y la tristeza. He visto el día, el mañana, el futuro, negro, oscuro, difuminado pero siempre con la cabeza en alto... He saltado entre nube y nube sin querer volver a la afligida realidad de la que tanto huía, teniendo todo totalmente controlado y planificando cada momento, cada segundo de mi imaginada vida. También he volado como si fuera un alma libre sin depender de nada ni nadie, me he creído una arisca vagando por el mundo, creando muros duros difíciles de romper para que ninguna persona pueda llegar a conocer lo que soy, le he gritado al mundo entero mi sentimentalismo a través de un papel en blanco con la ayuda de un lápiz mientras a mis espaldas le susurraba al universo lo fría que era. Pero nunca he jugado con el destino a poder caerme en el precipicio de tu boca y ahora mismo, no encuentro nada más excitante que el rose de nuestras almas liberando la tensión acumulada llamada amor entre los dos.
Mil formas diferentes en las que puedo: caerme, hundirme, atropellarme, morirme, desplomarme, tropezarme y romperme. Sin embargo, elijo el calor de tus labios, tus ojos amargos como el café, la sonrisa más radiante que acaba haciendo el Sol que me ilumina cada instante. Tú respiración el aire que me mantiene viva, tú voz mi primer y último pensamiento del día y tu boca el precipicio por el que moriría.
Mil formas diferentes en las que puedo: caerme, hundirme, atropellarme, morirme, desplomarme, tropezarme y romperme. Sin embargo, elijo el calor de tus labios, tus ojos amargos como el café, la sonrisa más radiante que acaba haciendo el Sol que me ilumina cada instante. Tú respiración el aire que me mantiene viva, tú voz mi primer y último pensamiento del día y tu boca el precipicio por el que moriría.
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